EL FILÓSOFO DE GÜÉMEZ
¡UNA MIRADA AL RICO MENÚ!
Por Ramón Durón Ruiz
E
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n mi reciente libro VIDA
Y TRASCENDENCIA EN UN “PUEBLO MÁGICO”, tuve el gusto de viajar largo tiempo a
Tula, Tamaulipas, disfrutando el honor de entrevistar a los “viejos” sabios del
pueblo: doctores, médicos tradicionales, cronistas, rezanderas, cantadores,
sepultureros, trabajadores de funerarias, gente que durante varias generaciones
ha llevado a cabo las prácticas tanatoantropológicas en torno a la muerte.
Es un regalo de vida
charlar con ellos, con su profundo sentido entorno a la vida y también a la
muerte desamodorran mi ser, con una sencilla pedagogía, me llevan de la mano a
los entresijos del universo, son recipiendarios de una excepcional tradición
oral que me cautiva.
Para ellos la vida es un
ritual tan sagrado como divino. Lo mismo hablan de cómo en el “Pueblo Mágico” se
viven los tres eventos cumbres del ser humano: el nacimiento, el matrimonio o
la muerte, que de una sabia naturaleza que está a nuestra disposición para
sanarnos y nutrirnos.
Por ejemplo, al charlar
sobre el Sol, dicen que es tal su potestad, tan enorme su fuente de poder, bienestar,
vitalidad y de salud, que el mundo gira a su alrededor.
Ellos, doctorados en la universidad de la vida, afirman que cuando
hay una relación armónica con el Sol, se fortalece desde el sistema
inmunológico y el nervioso, hasta la vista; a la vez que se procesa apropiadamente
la vitamina “D” –que dicen ellos– que ayuda a los huesos
al enriquecerlos con calcio; ataca enfermedades pulmonares; regula el adecuado
funcionamiento intestinal, el hambre y el sueño.
Ellos, en fin sabios por
herencia y por derecho propio, afirman que su tradición les dicta que vivimos
en un mundo de símbolos en el que el Sol está vinculado al principio masculino
y la Luna al femenino.
Afirman que el Sol mantiene
una constante en su rumbo y forma, mientras que su contraparte la Luna es
caprichosa, además de poseer varias fases lunares, también tiene una forma
diferente para iniciar y terminar la noche.
El poder de la Luna
eleva la fuerza de la marea, los árboles que se cortan en Luna llena no se
apolillan, este astro marca el ritmo de los ciclos de la mujer al regular su
menstruación, según su tradición es por la ionización que la Luna concibe, es
tal su poder que en la
fiesta solemne del jueves santo, siempre
hay Luna llena.
Platicar
con un abuelo del “Pueblo Mágico” de Tula Tamaulipas, es un verdadero deleite, un placer, una tras otra se van sucediendo
las lecciones, ellos tienen muchas cosas que enseñar y yo demasiado que
aprender, aunque mi presencia se debía a investigar la vida y la muerte, ellos
tienen tema pa’ todo.
Cuando iba a
bolearme a la plaza, disfrutaba de las puntuales campanadas del reloj que marca
la historia del pueblo y degustando la rica nieve de garambullo, me decían que
cuesta lo mismo andar de malas, que de buenas, sólo que los resultados en la
química orgánica y en la vida son diferentes.
Vivir de malas además
de que te envejece más rápidamente, eleva la producción de cortisol y con ello
liberas grasas, que al poco tiempo será colesterol malo, aumentando los riesgos
de tu salud, ya que en ese estado emocional provocas que tu corazón bombee innecesariamente
más sangre al cuerpo, a la vez que este elabora más plaquetas y pone en alerta
al sistema inmunológico con la consecuente fatiga.
Para las
hermosas abuelas de este “Pueblo Mágico” andar de buenas, pleno de alegría y con
una sonrisa en los labios, hace que te enamores de la vida o mejor dicho, que
la vida te mire con buenos ojos y se enamore de ti, porque con los químicos de
la felicidad llegan “micro-reparadores” que
elevan tu autoestima y optimizan tu nivel de vida.
A propósito, el
Padre Chuyo iba por la calle Hidalgo con un amigo, cuando al llegar a la
esquina, una joven llena de incandescente y voluptuosa sexualidad, con un
cadencioso caminar y con una minifalda que no dejaba nada a la imaginación, se
topa con ellos. El sacerdote con su mirada la recorre ávidamente de arriba
abajo y le dice a su acompañante:
—¡¡Pero
qué preciosidad de mujer!!
—¡Padre!, yo pensé
que ustedes los sacerdotes no se fijaban en esas cosas.
—¡Momento! –Suelta
el Padre Chuyo– el hecho de que yo esté a dieta… ¡no quiere decir, que no le
pueda echar una mirada al rico menú!
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